jueves, 12 de febrero de 2009
La transmisión de valores en la literatura para chicos
La experiencia de la literatura, si alguna vez va de verdad, si alguna vez es verdadera experiencia, siempre amenazará con su fascinación irreverente la seguridad del mundo y la estabilidad de lo que somos. Jorge Larrosa.
La literatura, la lectura de textos literarios pone en peligro las seguridades que sobre el mundo hemos construido, nos dice esta cita de Larrosa, y es a partir de esta "fascinación irreverente" que violenta las verdades fosilizadas que nos dan el mundo como algo ya pensado y ya dicho, como algo evidente, como algo que se nos impone sin reflexión. Allí está el poder transformador de la literatura, nos dice Larrosa, y no en aquellos textos que se dirigen al lector diciéndole cómo debe pensar el mundo y a sí mismo, y qué debe hacer "para cambiarlo".
Desde hace no mucho tiempo atrás ha tomado fuerza inusitada, dentro del campo de los libros para chicos y jóvenes, un discurso sobre el que quisiéramos abrir la reflexión en esta oportunidad. Nos referimos a la llamada "educación en valores" a través de los textos literarios. Quisiéramos aquí preguntarnos por esta necesidad de vehiculizar valores a través del arte y la literatura para chicos. ¿Por qué la literatura infantil ha resultado tan permeable a este discurso que parece provenir de diversos ámbitos como el pedagógico, el editorial, los medios de comunicación, e incluso el poder político?.
¿Cuánto hay detrás de este mensaje pro-valores de "buenas intenciones" pedagógicas y morales, y cuánto hay de estrategia de marketing, de puerilidad, de autoritarismo y manipulación ideológica, tanto si se lo observa desde la ética como del arte?
A casi nadie se le ocurriría hoy en día predicar la necesidad de transmitir valores a través de la literatura para adultos (al menos desde la literatura consagrada). Sin embargo no sucede lo mismo con el arte y los libros para chicos. ¿Por qué?
Quizás, no sólo debamos reflexionar sobre la función del arte y la literatura, sino también acerca de nuestra concepción de los destinatarios de ese arte, ¿cuál es nuestra mirada sobre los niños y los jóvenes, cómo nos situamos frente a ellos, y entre ellos y los objetos artísticos que les están destinados?.
Colecciones completas dedicadas al binomio valores-literatura, libros "hechos por encargo" para cubrir una demanda editorial: hay libros para enseñar ecología, para hablar de la discriminación, para tratar "temas difíciles" como la droga, el sida, la pobreza, la guerra... Las editoriales embarcadas en esta cruzada nos ofrecen catálogos, afiches, cuadernillos con actividades, toda una suerte de "merchandising" de los valores. Pero para llevar a cabo esta difusión del "deber ser" no sólo se recurre a los libros prefabricados con este propósito, la mejor literatura infantil también es sometida a esta operación. Y entonces nos encontramos con libros de Roald Dahl o de Tony Ross incluidos en una tabla de doble entrada destinada a los docentes, en la cual se especifica muy didácticamente qué valores corresponden al libro en cuestión. Estas acciones llegan al absurdo de suponer que un libro "es mejor" (y por lo tanto debiera ser elegido para su compra) en la medida en que mayor sea la cantidad de valores morales incluidos en él.
Las editoriales que actúan de este modo piensan que así venderán más, y sabemos que para la producción de textos infantiles, al menos en nuestro país, el mercado cautivo por excelencia es la escuela. Entran a jugar en relación con esto el currículum y los contenidos transversales. Programas que se traducen en actividades en donde la función del cuento en el aula es la de moldear la imaginación infantil según un proyecto adulto del "deber ser", que supone un control eficaz del sentido, la limitación interpretativa del lector, la restricción de la polisemia de los textos. Por suerte ese control no siempre es tan eficaz y los lectores encuentran formas no oficiales de leer que escapan incluso a las intenciones de los mediadores, y en algunos casos de los textos mismos.
Esta situación nos lleva a pensar en el estado actual de la formación de los docentes en el área de la literatura. A partir de la experiencia de capacitación podemos afirmar que una gran parte de los institutos de formación no brindan las herramientas necesarias a los futuros maestros o profesores para que en diversas situaciones de lectura puedan abordar un texto literario desde su especificidad.
En publicaciones especializadas, congresos, jornadas, mesas redondas, especialistas del campo se obstinan en instalar el predominio de la función social en los textos destinados a niños y jóvenes. A todo esto debemos sumar la pobreza del debate y la discusión. Como si este sometimiento de lo literario a los valores fuera algo incuestionable.
Habría que preguntarse por qué hoy tiene tanta fuerza este discurso dogmático de la pérdida de los valores, y su necesaria transmisión a las nuevas generaciones. También deberíamos preguntarnos por qué la literatura y otras ficciones parecen ser la forma privilegiada para esta transmisión.
¿Qué concepción de la lectura y del lector supone este uso moral de lo literario?, porque no nos engañemos: la llamada "educación en valores" no es sino una nueva forma aggiornada de la vieja moralina a la que históricamente ha estado ligada la literatura infantil desde sus inicios.
Ciertas rutinas de lectura en el aula suponen un contexto en que el lector a priori cuenta con que el mensaje está allí para "ser bajado", para intervenir en su formación. No es extraño encontrar casos en los que textos irreverentes como "¡Silencio, niños!" , de Ema Wolf, en el que la parodia del deber ser escolar es justamente uno de sus significados más notorios, sea leído por algunos docentes a sus alumnos para enseñarles las reglas del buen comportamiento en el aula.
Dice Jorge Larrosa: "La literatura excede y amenaza tanto lo que somos como el conjunto de las relaciones estables, ordenadas, razonables que constituyen el orden moral racionalmente ordenado. La literatura, como la infancia, pone en cuestión la validez del mundo común."
Quizás el mayor peligro al que se ha visto tentada la pedagogía es el haberse visto constructora del mundo, la dueña del futuro, nos dice también Larrosa en su artículo "El enigma de la infancia".
Si escuchamos o leemos los enunciados en torno a la "educación en valores" a través de los textos infantiles y juveniles, sentimos esta fuerte impronta autoritaria. Se toma de la literatura su carácter gratuito, se la despoja de su libertad y se la pretende transformar en vehículo útil y eficiente para construir seres humanos "mejores" que harán un mundo "mejor" (según nuestros proyectos, claro). Voluntad de dominio sobre las nuevas generaciones, voluntad de dominio, "antídoto" frente a la palabra literaria
En : Abrir el juego en la literatura infantil y juvenil
por Cecilia Bajour y Marcela Carranza
La experiencia de la literatura, si alguna vez va de verdad, si alguna vez es verdadera experiencia, siempre amenazará con su fascinación irreverente la seguridad del mundo y la estabilidad de lo que somos. Jorge Larrosa.
La literatura, la lectura de textos literarios pone en peligro las seguridades que sobre el mundo hemos construido, nos dice esta cita de Larrosa, y es a partir de esta "fascinación irreverente" que violenta las verdades fosilizadas que nos dan el mundo como algo ya pensado y ya dicho, como algo evidente, como algo que se nos impone sin reflexión. Allí está el poder transformador de la literatura, nos dice Larrosa, y no en aquellos textos que se dirigen al lector diciéndole cómo debe pensar el mundo y a sí mismo, y qué debe hacer "para cambiarlo".
Desde hace no mucho tiempo atrás ha tomado fuerza inusitada, dentro del campo de los libros para chicos y jóvenes, un discurso sobre el que quisiéramos abrir la reflexión en esta oportunidad. Nos referimos a la llamada "educación en valores" a través de los textos literarios. Quisiéramos aquí preguntarnos por esta necesidad de vehiculizar valores a través del arte y la literatura para chicos. ¿Por qué la literatura infantil ha resultado tan permeable a este discurso que parece provenir de diversos ámbitos como el pedagógico, el editorial, los medios de comunicación, e incluso el poder político?.
¿Cuánto hay detrás de este mensaje pro-valores de "buenas intenciones" pedagógicas y morales, y cuánto hay de estrategia de marketing, de puerilidad, de autoritarismo y manipulación ideológica, tanto si se lo observa desde la ética como del arte?
A casi nadie se le ocurriría hoy en día predicar la necesidad de transmitir valores a través de la literatura para adultos (al menos desde la literatura consagrada). Sin embargo no sucede lo mismo con el arte y los libros para chicos. ¿Por qué?
Quizás, no sólo debamos reflexionar sobre la función del arte y la literatura, sino también acerca de nuestra concepción de los destinatarios de ese arte, ¿cuál es nuestra mirada sobre los niños y los jóvenes, cómo nos situamos frente a ellos, y entre ellos y los objetos artísticos que les están destinados?.
Colecciones completas dedicadas al binomio valores-literatura, libros "hechos por encargo" para cubrir una demanda editorial: hay libros para enseñar ecología, para hablar de la discriminación, para tratar "temas difíciles" como la droga, el sida, la pobreza, la guerra... Las editoriales embarcadas en esta cruzada nos ofrecen catálogos, afiches, cuadernillos con actividades, toda una suerte de "merchandising" de los valores. Pero para llevar a cabo esta difusión del "deber ser" no sólo se recurre a los libros prefabricados con este propósito, la mejor literatura infantil también es sometida a esta operación. Y entonces nos encontramos con libros de Roald Dahl o de Tony Ross incluidos en una tabla de doble entrada destinada a los docentes, en la cual se especifica muy didácticamente qué valores corresponden al libro en cuestión. Estas acciones llegan al absurdo de suponer que un libro "es mejor" (y por lo tanto debiera ser elegido para su compra) en la medida en que mayor sea la cantidad de valores morales incluidos en él.
Las editoriales que actúan de este modo piensan que así venderán más, y sabemos que para la producción de textos infantiles, al menos en nuestro país, el mercado cautivo por excelencia es la escuela. Entran a jugar en relación con esto el currículum y los contenidos transversales. Programas que se traducen en actividades en donde la función del cuento en el aula es la de moldear la imaginación infantil según un proyecto adulto del "deber ser", que supone un control eficaz del sentido, la limitación interpretativa del lector, la restricción de la polisemia de los textos. Por suerte ese control no siempre es tan eficaz y los lectores encuentran formas no oficiales de leer que escapan incluso a las intenciones de los mediadores, y en algunos casos de los textos mismos.
Esta situación nos lleva a pensar en el estado actual de la formación de los docentes en el área de la literatura. A partir de la experiencia de capacitación podemos afirmar que una gran parte de los institutos de formación no brindan las herramientas necesarias a los futuros maestros o profesores para que en diversas situaciones de lectura puedan abordar un texto literario desde su especificidad.
En publicaciones especializadas, congresos, jornadas, mesas redondas, especialistas del campo se obstinan en instalar el predominio de la función social en los textos destinados a niños y jóvenes. A todo esto debemos sumar la pobreza del debate y la discusión. Como si este sometimiento de lo literario a los valores fuera algo incuestionable.
Habría que preguntarse por qué hoy tiene tanta fuerza este discurso dogmático de la pérdida de los valores, y su necesaria transmisión a las nuevas generaciones. También deberíamos preguntarnos por qué la literatura y otras ficciones parecen ser la forma privilegiada para esta transmisión.
¿Qué concepción de la lectura y del lector supone este uso moral de lo literario?, porque no nos engañemos: la llamada "educación en valores" no es sino una nueva forma aggiornada de la vieja moralina a la que históricamente ha estado ligada la literatura infantil desde sus inicios.
Ciertas rutinas de lectura en el aula suponen un contexto en que el lector a priori cuenta con que el mensaje está allí para "ser bajado", para intervenir en su formación. No es extraño encontrar casos en los que textos irreverentes como "¡Silencio, niños!" , de Ema Wolf, en el que la parodia del deber ser escolar es justamente uno de sus significados más notorios, sea leído por algunos docentes a sus alumnos para enseñarles las reglas del buen comportamiento en el aula.
Dice Jorge Larrosa: "La literatura excede y amenaza tanto lo que somos como el conjunto de las relaciones estables, ordenadas, razonables que constituyen el orden moral racionalmente ordenado. La literatura, como la infancia, pone en cuestión la validez del mundo común."
Quizás el mayor peligro al que se ha visto tentada la pedagogía es el haberse visto constructora del mundo, la dueña del futuro, nos dice también Larrosa en su artículo "El enigma de la infancia".
Si escuchamos o leemos los enunciados en torno a la "educación en valores" a través de los textos infantiles y juveniles, sentimos esta fuerte impronta autoritaria. Se toma de la literatura su carácter gratuito, se la despoja de su libertad y se la pretende transformar en vehículo útil y eficiente para construir seres humanos "mejores" que harán un mundo "mejor" (según nuestros proyectos, claro). Voluntad de dominio sobre las nuevas generaciones, voluntad de dominio, "antídoto" frente a la palabra literaria
En : Abrir el juego en la literatura infantil y juvenil
por Cecilia Bajour y Marcela Carranza
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