jueves, 24 de marzo de 2011

Tamara vuela dos veces




Tamara Arze que desapareció al año y medio de edad, no fue a parar a manos militares. Está en un pueblo suburbunano, en casa de la buena gente que la recogió cuando quedó tirada por ahí.
A pedido de la madre, las abuelas emprendieron la búsqueda. Contaban con unas pocas pistas.
Al cabo de un largo y complicado rastreo, la han encontrado.
Cada mañana Tamara vende querosén en un carro tirado por un caballo, pero nos se queja de su suerte; y al principio no quiere ni oír hablar de su madre verdadera.
Muy de apoco las abuelas le van explicando que ella es la hija de Rosa, una obrera boliviana que jamás la abandonó. Que una noche su madre fue capturada a la salida de la fábrica, en Buenos Aires...
Rosa fue torturada, bajo control de un médico que mandaba parar, y violada, y fusilada con balas de fogueo. Pasó ocho años presa, sin proceso ni explicaciones, hasta que el año pasado la expulsaron de la Argentina.
Ahora, en el aeropuerto de Lima, espera. Por encima de los Andes, su hija Tamara viene volando hacia ella.
Tamara viaja acompañada por dos de las abuelas que la encontraron. Devora todo lo que le sirven en el avión, sin dejar una miga de pan ni un grano de azúcar.
En Lima, Rosa y Tamara se descubren. Se miran al espejo, juntas, y son idénticas: los mismos ojos, la misma boca, los mismos lunares en los mismos lugares.
Cuando llega la noche, Rosa baña a su hija. Al acostarla le siente un olor lechoso, dulzón; y vuelve a bañarla. Y otra vez. Y por más jabón que le mete, no hay manera de quitarle ese olor. Es un olor raro... Y de pronto, Rosa recuerda. Éste es el olor de los bebitos cuando acaban de mamar: Tamara tiene diez años y esta noche huele a recién nacida.
Eduardo Galeano

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